Riesgos Geológicos por Emisiones Volcánicas


Cada vez es más común que se hable en los medios de comunicación de Riesgo volcánico. Esto es debido a las últimas erupciones ocurridas, en las que ha habido pérdida de vidas humanas. Pero lo cierto es que a lo largo de la historia, ya ha habido erupciones que han causado múltiples desastres, en los que el número de víctimas ha sido grande y los daños a los bienes, elevados.

Una erupción volcánica puede prolongarse durante meses y los factores de peligro que posee son múltiples: coladas de lava, caída de piroclastos y cenizas, lahares y avalanchas, gases, sismos volcánicos, tsunamis, anomalías térmicas, deformaciones del terreno, etc.

Es por ello que los volcanes que hacen erupción cerca de las ciudades representan una amenaza particularmente grave. Evidentemente, si el hombre o sus infraestructuras no estuviesen presentes, no habría riesgo. Sin embargo, el hombre, en función de sus necesidades, está dispuesto a asumir un determinado nivel de riesgo a cambio de beneficios, como por ejemplo ocupar áreas próximas a los volcanes para aprovechar la alta productividad de los suelos.

El análisis del riesgo se realiza a partir del estudio de las erupciones ocurridas en el pasado, extrapoladas al periodo actual, y tiene un valor numérico (monetario o en número de víctimas) que viene determinado por la peligrosidad, la vulnerabilidad y la exposición.

La peligrosidad engloba el conjunto de fenómenos que se producen en el volcán y pueden provocar daños a personas o a bienes. Por eso es importante conocer la historia eruptiva de un volcán, para determinar su peligrosidad, definir de forma aproximada su estado actual y prever su comportamiento en el futuro.

Si se repasan las grandes catástrofes de las que se tienen noticias se observa, en líneas generales, que las pérdidas de vidas humanas han ocurrido por efectos indirectos (tsunamis, lahares, pérdida de cosechas, etc.) o por una mala gestión de la crisis, pues un volcán no pasa inmediatamente del más absoluto reposo a la más violenta actividad; todas las grandes erupciones vienen precedidas de actividad menor y con la suficiente antelación para tomar las medidas de evacuación oportunas.
La mayor parte de los fenómenos volcánicos sólo afectan a las proximidades del volcán, como la caída de bombas y las nubes de gases tóxicos, o bien presentan una movilidad baja, como las lavas. Incluso los grandes efectos del volcanismo explosivo están limitados a un entorno de pocos kilómetros, excepto la caída de cenizas arrastradas por el viento a grandes distancias. Otras catástrofes asociadas a los volcanes, como pueden ser los lahares o los deslizamientos de ladera pueden ocurrir sin erupción o terremoto, disparados simplemente por unas lluvias anormales que inestabilizan los materiales volcánicos.







En Canarias hay muy pocas erupciones bien datadas históricamente. Además, la duración y magnitud de las mismas varía considerablemente; por ejemplo, la erupción del Timanfaya (Lanzarote), en 1730, duró seis años, mientras que la del Teneguía (La Palma), en 1971, duró menos de un mes.

La exposición representa el valor de los bienes sujetos a posibles pérdidas.

La vulnerabilidad es el porcentaje esperado de daño (pérdida) que van a sufrir los bienes expuestos. No sólo las vidas humanas son los elementos de riesgo; también son vulnerables los sistemas de comunicación y las redes de distribución de agua y energía.

En la actualidad, el carácter globalizador de los medios de comunicación, permite la rápida difusión de las noticias sobre los desastres naturales, pero el elevado volumen de información hace olvidarlas y despersonalizarlas rápidamente. Esta disminución de la percepción del riesgo en la sociedad la hace más vulnerable.
En definitiva, el daño causado por una erupción volcánica depende, en primer lugar, del tipo y magnitud de la erupción, de la distancia entre los elementos de riesgo y el volcán, de la topografía, del viento y de otras variables meteorológicas, de la vulnerabilidad y, finalmente, de todas aquellas medidas que se hayan tomado para evitar en lo posible el riesgo (alarmas, sistemas de vigilancia, planes de evacuación, etc.)







               

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